Yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido.
Efesios 4:1
Varias veces en mi vida he tenido que esperar una llamada. Cuando era estudiante de secundaria esperé a que me convocaran para ser parte del equipo de baloncesto, pero aquella llamada nunca llegó. Años más tarde, tras presentar mi examen de admisión, esperé a que la universidad me llamara para decirme que me aceptaban en la carrera para la que me había postulado.
En otra ocasión pasé muchas horas junto al teléfono esperando recibir la llamada de alguien especial. ¡Qué desilusión cuando una llamada no llega, y qué alegría desbordante cuando se hace realidad! Quienes han estudiado la naturaleza humana consideran que, para realizarse en la vida, toda persona necesita escuchar en algún momento el llamado de su vocación, pues es la única manera de trascender y vivir vidas con propósito.
A veces pensamos que ese llamado tiene que ver con la carrera y la ocupación que desarrollaremos a lo largo de los años, y es verdad. No obstante, hay un llamado más elevado para cada ser humano, que fue propuesto por nuestro Creador y Dios.
En la medida de las capacidades que él mismo nos dio al crearnos, también nos llama para cumplir una misión, un ministerio que nos haga útiles en esta tierra y que nos prepare para la vida eterna. Debe ser motivo de alegría saber que hemos sido creadas con propósitos definidos en la mente y el corazón de Dios.
Ignoro en dónde te encuentres tú, pero sí estoy segura de que ahí donde estás hay una tarea que puedes hacer. Únicamente necesitas descubrir tu ministerio y consagrarte a él. Tendrás como aliado a Dios, quien te colmará de sabiduría y gracia. Ya sea que tu misión esté en tu hogar, en tu trabajo fuera de casa, como madre, esposa, o profesional, casada o soltera, tu Padre espera fidelidad y diligencia en el cumplimiento del deber.
Seguro que a lo largo de tu ministerio cosecharás triunfos, pero puede ser que también esté salpicado de obstáculos. Será entonces cuando tu entereza se verá puesta a prueba y tu Señor, el que te encomendó la tarea, acudirá en tu auxilio. ¡No lo dudes! El cumplimiento de tu misión consiste en hacer todo lo que Dios espera que hagas en el lugar donde te encuentres, dejando que su Espíritu Santo y su providencia te guíen.
[Matutina para la mujer “Aliento para cada día”]
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