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“Entonces el reino de los cielos será semejante a
diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio. Cinco de
ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas,
no tomaron consigo aceite; pero las prudentes tomaron aceite en sus vasijas,
juntamente con sus lámparas” (Mat. 25:1-4).
La parábola de las diez vírgenes la pronunció Jesús
casi al final del sermón profético, al anochecer, mientras se veían a lo lejos
las luces de un cortejo nupcial como el que estaba narrando. Las diez doncellas,
con sus lámparas de aceite encendidas, estaban esperando a la puerta de la casa
de la novia la llegada del novio con la intención de acompañarla a casa de este,
donde la comitiva celebraría los festejos nupciales. Pero el esposo tardó, las
vírgenes se durmieron, y cuando despertaron con el clamor de media noche sus
lámparas se estaban apagando. Cinco tenían reserva de aceite, las otras cinco no
y, tristemente, se quedaron fuera del cortejo nupcial.
De las cuatro parábolas del sermón de Jesús, esta es
la que presenta los resultados más dramáticos porque, aparentemente, las diez
muchachas eran iguales, pero no tuvieron el mismo final. Todas tenían sus
lámparas encendidas cuando llegaron, se cansaron de esperar y se durmieron.
Cuando las lámparas empezaron a apagarse, se despertaron a tiempo de aderezarlas
para salir al encuentro del esposo, pero solo cinco habían previsto las
eventualidades de una espera prolongada.
El aceite representa al Espíritu Santo que nos
provee del don de la fe para mantenernos vigilantes y activos en la espera del
advenimiento. Pero algunos tienen expectativas equivocadas con relación a la
inminencia: sitúan el advenimiento en un tiempo determinado, no hacen acopio de
fe para los días malos, y como Jesús no ha venido tan pronto como ellos
esperaban, se desaniman y pierden la fe.
La esperanza que nos puede sostener en
la demora es un valor espiritual intransferible. Si la poseemos, nos sentiremos
seguros aunque la espera se prolongue.
Víctor Hugo describe en Los miserables a un pajarito
posado en una débil ramita de un arbusto que se inclinaba hacia la corriente de
un arroyo tumultuoso.
Con su peso, el pajarito hacía que la rama se
doblase de modo que parecía iba a romperse de un momento a otro; además, un
fuerte viento azotaba al pajarillo dando la sensación que iba a ser arrastrado
fuera de su precario apoyo y lanzado a la corriente. Pero, a pesar de todo esto,
¡el pajarillo trinaba! ¿Por qué? Porque sabía que tenía alas.
Pide hoy el Espíritu Santo, la gran provisión divina
para estar listos para el regreso de Cristo.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA
ADULTOS 2015
Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol
Buil
1 comentarios:
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