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“Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”. 1 Timoteo 1:17.
Las tardes grises me llenan de recuerdos. Mi mente vuela a través del tiempo y la distancia y trae a mi memoria el olor de las tardes de mi pueblo, mis vecinos, mis amigos, mi familia. Días que volaron, meses que pasaron, años que se fueron.
El periódico de los domingos, el humo de la cocina y el patio de la casa donde crecí. Recuerdo el pueblo donde pasé mi infancia y mi juventud, donde forjé mis primeros sueños de niña-adolescente viendo pasar las bandadas de periquitos con su alegre algarabía rompiendo el aire de las tardes grises y húmedas. ¡Qué lindo era sentarme afuera de mi casa y ver caer la tarde y las nubes vaporosas dibujando figuras en el cielo azul!
Las tardes tranquilas y serenas de mi pueblo natal me encontraban descubriendo ángeles, rostros y animalitos escondidos entre las nubes. La temporada de cosecha llegaba con fiestas de pueblo, pastelitos calientes, ropa nueva, vacaciones y gritos de niños que jugaban con alegría. Se escuchaba música folclórica en la radio de los vecinos y charlas de señoras que hacían los últimos mandados de la tarde.
Se disfrutaba el olor a comida de las cocinas y el llamado: “¡A comer, la cena está lista!”. Después de cenar, mientras las madres charlaban y supervisaban desde las puertas, jugábamos en la esquina de casa con mis amigos hasta que nos llamaban a dormir.
¡Todo cambia! Con el tiempo regresé a mi pueblo. Aunque conserva su olor y sus pastelitos calientes, ya no están los amigos de ayer. Ya no hay periquitos por las tardes, se acabaron. Los vecinos son otros, la música de la radio mutó. Los niños son otros; no los conozco ni ellos a mí. Los de ahora ya no juegan en las calles, ya no corren, se distraen con juegos electrónicos; ya no descubren figuras en las nubes, las ven por Internet.
Mi pueblo cambió, ya no es el mismo de mis recuerdos, pero hay alguien siempre igual. El mismo de mis días de infancia. El único que me da seguridad y fortaleza. Aunque todo cambie o desaparezca en este mundo, él está ahí: Jesús, la Roca eterna. Aunque todo mude, su amor será inmutable por los siglos de los siglos.
Ana Luz Barrientos, Estados Unidos
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014 DE MUJER A MUJER Recopilado por: Pilar Calle de Henger
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