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“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Gálatas 3:28.
Freddy venía al merendero de la iglesia todos los días. Era muy difícil mantenerlo quieto y conseguir que respetara a los demás. Uno de esos días en que estaba sola atendiendo a cuarenta chicos, Freddy apareció especialmente rebelde. Una mamá que asistía con sus niños al merendero se ofreció para ayudarme. Cuando pedí silencio para agradecer por los alimentos, Freddy dijo en voz audible: “A mí, ninguna mujer me dice lo que debo hacer”.
Luego de orar, y mientras los chicos se acomodaban, hice una oración personal: “Señor, ayúdame a enseñarle a Freddy el valor que tienen todas las personas”. Inmediatamente, me dirigí a él y le dije: “Freddy, ponte de pie”. Me miró con desdén y fastidio. Era un adolescente muy menudo para su edad, y para mirarme debía levantar el rostro. Entonces le dije, con amabilidad pero con firmeza: “Mírame. Soy una persona y yo decido qué clase de ‘mujer’ soy.
Para ti soy la persona que está a cargo de este merendero. Tú tampoco dejes, nunca, que nadie te trate como un hombre sino como una persona. Dios nos hace personas dignas, sus hijos y hermanos de Jesús. Es necesario que pienses en esto. Ven, conozco un lugar donde puedes pensar”.
Lo llevé a la bóveda del templo y le pedí que se sentara y pensara en lo que le había dicho. Cuando todos terminaron de comer fui a buscarlo y le dije que si quería comer, la comida estaba caliente. Él me siguió y comió en silencio. Cuando acabó me preguntó si estaba sola. Le contesté que sí, porque la mamá que me acompañaba se había ido. Freddy me preguntó si me podía ayudar. Entonces bajé a su altura y tomándole las manos, le dije que si él quería, para mí sería un privilegio.
Entre los dos limpiamos la suciedad de aquel día, ordenamos la cocina y el comedor. Desde entonces conté con un fiel ayudante y un agente del orden casi profesional. Se paraba en la puerta del merendero y anunciaba: “Damas y caballeros, hagan fila para entrar en orden y por favor dejen pasar a las mamás con bebés”. Gracias al Señor, Freddy se sintió una persona valiosa y aprendió a respetar el valor de los demás.
Rosario Perdomo de Larrosa, Uruguay
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