Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.
Hebreos 11:6.
Cuando por el arrepentimiento y la fe aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, el Señor perdona nuestros pecados y nos libra de la penalidad prescrita para la transgresión de la Ley. El pecador aparece delante de Dios como una persona justa; goza del favor del cielo, y por el Espíritu tiene comunión con el Padre y con el Hijo.
Luego, hay aun otra obra que debe ser hecha, y esta es de naturaleza progresiva. El alma debe ser santificada por la verdad. Y esto también se logra por fe, pues es solamente por la gracia de Cristo, la cual recibimos por la fe, como el carácter puede ser transformado.
Es importante que entendamos claramente la naturaleza de la fe. Hay muchos que creen que Cristo es el Salvador del mundo, que el evangelio es real y que revela el plan de salvación, y sin embargo no poseen fe salvadora. Están intelectualmente convencidos de la verdad, pero esto no es suficiente; para ser justificado, el pecador debe tener esa fe que se apropia de los méritos de Cristo para su propia alma. Leemos que los demonios “creen y tiemblan”
(Sant. 2:19), pero su creencia no les proporciona justificación; ni tampoco la creencia de los que asienten en forma meramente intelectual a las verdades de la Biblia les traerá los beneficios de la salvación. Esa creencia no alcanza el punto vital, porque la verdad no compromete el corazón ni transforma el carácter.
En la fe genuina y salvadora hay confianza en Dios, por creer en el gran sacrificio expiatorio hecho por el Hijo de Dios en el Calvario. En Cristo, el creyente justificado contempla su única esperanza y a su único Libertador. Puede existir una creencia sin confianza, pero la confianza no puede existir sin fe.
Todo pecador traído al conocimiento del poder salvador de Cristo manifestará esta confianza en grado creciente, a medida que avanza en experiencia.
Las palabras del apóstol arrojan luz sobre lo que constituye una fe genuina.
Dice: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom. 10:9, 10).
Creer con el corazón es más que convicción, más que asentir a la verdad. Esta fe es sincera, intensa e involucra los afectos del alma; es la fe que obra por el amor y purifica el alma —Signs of the Times, 3 de noviembre de 1890; también se encuentra en Mensajes selectos, t. 3, pp. 217, 218.
MATUTINA PARA ADULTOS “DESDE EL CORAZÓN”
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