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“Sabemos que la Ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido al pecado. Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago’ (Romanos 7:14, 15).
El 20 de abril de 2007, la Comisión Teológica Internacional de la Iglesia Católica, bajo el pontificado de Benedicto XVI, decidió eliminar la creencia del limbo, lugar donde, según la tradición católica multisecular, iban a parar los niños que morían antes del bautismo, condenados por todas las penas atribuidas al pecado original.
Es verdad que el limbo nunca llegó a ser dogma de fe, pero durante siglos fue defendido en los tratados de teología y enseñado en los catecismos: “Para ser buen católico habrá que admitir esto que a causa del pecado del primer hombre, todos los hijos de Adán vienen al mundo con un verdadero pecado, que sólo puede remitir el bautismo” (Henri Rondet, El pecado original, p. 218).
La confesión protestante de Ausburgo, de 1530, decía más o menos lo mismo: “Ese pecado original es verdaderamente un pecado que condena a la maldición y a la cólera eterna de Dios a todos los que no nacen de nuevo por el bautismo y el Espíritu Santo” (ibídp. 212, nota 12).
¡No! No podemos entender así el pecado original. De hecho, la Escritura jamás emplea la expresión “pecado original”. Nadie es culpable desde el momento de nacer. Si naciésemos culpables, se cuestionaría la viabilidad de la justicia divina. Lo que el niño trae al nacer es el germen mórbido del pecado, la tendencia a pecar, pero será inocente hasta que, mediante actos personales, libres y conscientes, haya ofendido a Dios.
Lo que Adán nos ha transmitido es la desviación moral, la disposición viciosa resultante de su acto culpable, estar “vendido al pecado”, “el pecado que está en mí”, como dice Pablo, es el germen del pecado, el pecado potencial, que, si no interviene el Espíritu Santo, se desarrollará fatalmente en pecado de responsabilidad, en pecado de culpa.
Esta concepción pesimista del hombre que justifica la necesidad de la salvación en Cristo, no es hoy compartida por la psicología contemporánea, que considera al hombre esencialmente bueno, con capacidad innata para desarrollar un carácter noble, de modo que el pecado solo es un accidente resultante de una educación viciada o una herencia genética enferma. Pero no es así, Dios nos sigue diciendo, como una advertencia providencial, lo que dijo a Caín antes del asesinato de su hermano Abel: “El pecado está a la puerta, acechando. Con todo, tú lo dominarás” (Gén. 4:7).
Pide a Dios que te libre de cualquier actitud pecaminosa. Él te ayudará a salir vencedor.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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