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La verdad de los elegidos
‘En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. Salmo 119:11
TRÁGICAMENTE, el Próximo Oriente viene siendo el semillero de arenas ardientes de algunos de los mayores conflictos y enfrentamientos del mundo. Pero nunca ha habido un enfrentamiento en el desierto como el que estamos a punto de presenciar.
La figura solitaria se mueve en la luz cegadora del sol del desierto. Extendido ante él, bajo el fuego abrasador, hay un gran trecho de tierra cuarteada y arrugada. Pardo y estéril, no ofrece para su solaz ni un solo árbol ni una hoja solitaria.
La solitaria figura avanza con dificultad, con los labios cuarteados y resecos, con los ojos enrojecidos y cansados, con la cara quemada por el sol y batida por el viento. Y aquí no hay nada con lo que apagar su sed polvorienta, nada con lo que saciar el hambre que lo carcome. Así que se da la vuelta. Vuelve a la sombra sofocante del promontorio rocoso de aquella ladera, al sitio en el que ha estado orando estas casi seis semanas sin alimentos.
Hace cuarenta días, los cielos habían sido rasgados con un rayo de luz y el eco de una Voz que declaró que el empapado candidato bautismal era el amado Hijo de Dios. Ahora la voz de Dios no parece más que el espejismo de un recuerdo lejano cuando el Hombre solitario sufre solo en el fuego del desierto.
De repente, otra voz rompe la calma caliente y opresiva. El Hombre gira sobre sí para dar la cara al intruso. ¡Qué comedia de contrastes es el retrato de estos dos seres! Uno con el rostro demacrado y ojeroso, con los ojos hundidos, con los pómulos saltones como una foto en blanco y negó del Holocausto.
Pero el otro rostro -terso, limpio, noble, orgulloso- como si estuviese bañado en un resplandor celestial. Antagonistas, ambos están inmersos en una guerra que sigue siendo galáctica. El ángel impostor, que es el rebelde caído, es el primero en hablar: “Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan” (Mat. 4:3, NVI).
El Demacrado se pasa lentamente la lengua seca sobre los labios salados y cuarteados. Lo cierto es que no solo tenía el poder divino al alcance de su mano -tenía el poder divino en su mano-, porque es Dios hecho carne, y con una sola orden podría, ciertamente, convertir aquel suelo rocoso en una panadería. Pero respondió y dijo: “Escrito está..(vers. 4).
Tres veces el enemigo del cielo y de la humanidad bombardeará al debilitado Salvador en el suelo de ese desierto. Y tres veces con solo dos palabras Jesús lo hará retroceder. “Escrito está”.
Pero, ¿cómo saber que está escrito en la Palabra si no se memoriza en el corazón?
El sueño de Dios para ti
Por: Dwight K. Nelson
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