julio 07, 2016

¿Víbora o luciérnaga? – Parte 1 | Matutina para Jóvenes 2016

“No tengas envidia […]; antes bien, honra siempre al Señor” (Proverbios 23:17).

Cuenta la leyenda que una víbora perseguía a toda marcha a una luciérnaga con el objetivo concreto de almorzarse al pequeño insecto. La persecución se prolongó durante varios días porque la luciérnaga siempre encontraba la manera de escabullirse del implacable depredador. Un día, exhausta por el cansancio, se detuvo y le dijo al ofidio: -Sé que me vas a comer, pero antes déjame hacerte tres preguntas.
Repleta de orgullo, la víbora dijo:
-No suelo dar concesiones; sin embargo, como te voy a comer de inmediato, te daré la oportunidad.
-¿Soy parte de tu cadena alimentaria?
-No.
-¿Te he hecho algo malo?
-Claro que no.
-Y entonces, ¿por qué quieres comerme?
-¡Porque tú brillas!
Es evidente que la víbora envidiaba a la luciérnaga.
La envidia es tan vieja que fue la causa del primer homicidio perpetrado en nuestro planeta. Caín mató a Abel porque lo envidiaba. José fue vendido por sus hermanos porque “le tenían envidia” (Génesis 37:11). Los sacerdotes entregaron a Jesús para que lo crucificaran porque lo envidiaban (Mateo 27:18). Como podrás ver, la envidia no es algo que hemos de tomar con ligereza, pues en cualquier momento puede llevamos a cometer acciones horripilantes. José Ingenieros escribió que “cuando la envidia le corroe, puede atomasolarse de agridulces perversidades” (El hombre mediocre, p. 71). Lutero solía decir que la envidia es como un perro rabioso cuya mordida deja profundas heridas. Por eso no podemos permitir que la envidia amargue nuestro corazón (Santiago 3:14).
¿Pero cómo podemos evitar que la envidia introduzca su mortal veneno en nosotros? Me parece que una de las muchas maneras que tenemos para mantener los pies sobre la cabeza de la envidia es usar adecuadamente nuestro sentido común y reconocer que si Dios me ha dotado a mí con talentos excepcionales, también lo ha hecho con otros. No podemos vivir a plenitud mientras estemos envidiando la excelencia ajena. Por tanto, cuando veamos al compañero brillar, en lugar de romper sus faros, saquemos provecho de la luz que emiten.
Un antiguo proverbio judío declara: “No me dejaré guiar por la podrida envidia, pues nada tiene que ver con la sabiduría”. Aprovechemos este momento para pedirle a Dios que nos ayude a no ser envidiosos.

#DiNoalaEnvidia

DEVOCIÓN MATUTINA JÓVENES 2016
#VISITAMIMURO
Por: J. Vladimir Polanco

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