febrero 28, 2017

El Médico de los médicos, UN DÍA HISTÓRICO | Matutina para Jóvenes

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“Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero: sé limpio. Y al instante su lepra desapareció” (Mateo 8:3).

A los 98 años, el 28 de febrero de 2011, Jacinto Convit era condecorado con la Legión de Honor, la más alta distinción honorífica de la República Francesa. Fue un médico y científico venezolano, conocido por desarrollar la vacuna contra la lepra. Lo más increíble es que, a esa edad, seguía liderando un equipo que procuraba la cura para el cáncer, otra de las dolencias más temibles de la humanidad. Convit falleció a los 100 años, luego de dedicar incansablemente su vida a sanar personas.
Salvando las distancias, es interesante el paralelismo que podemos trazar entre Jacinto Convit y Cristo. Durante su ministerio aquí en la Tierra, Jesús se dedicó a curar no solo a enfermos de lepra, sino también a paralíticos, ciegos y cojos. ¡Hasta resucitó muertos!
Sin embargo, su tarea no acabó allí. Él sabía que, en la lucha contra el pecado, no alcanzaba con eso. Esa lucha requería, literalmente, sangre, sudor y lágrimas; como los que derramó en Getsemaní. Pero fue allí, en la cruz del Calvario, que Jesús derrotó al causante de todo dolor, sufrimiento y muerte. Al tomar nuestro lugar en aquel madero, Cristo pagó nuestra deuda por el pecado, y derrotó de una sola vez al diablo. Al resucitar de entre los muertos. Cristo demostró que podía vencer no solo a la enfermedad. Él cargó con nuestra culpa para que nosotros pudiéramos recibir los beneficios de su triunfo sobre la muerte. Por eso, al ascender al cielo, Cristo fue entronizado como Hijo de Dios (Heb. 1; Hech. 13:33; Rom. 1:4) y recibió la corona de victoria.
Pero la tarea de Cristo no terminó allí. Sentado a la diestra de Dios, intercede por sus hermanos (ya que no se avergüenza de ser llamado hermano nuestro). Gracias a su intercesión continua, tenemos acceso directo al Trono de la gracia, para encontrar ayuda oportuna para nuestros momentos de necesidad.
Su ministerio en el Santuario celestial tampoco se agota en su tarea de intercesión. Está realizando ahora una obra de juicio (Dan. 7, 8), tras la cual vendrá a buscar a su pueblo fiel y pagar a cada uno según sus obras (Apoc. 14:6-16; 22:12). Al final del milenio, erradicará para siempre a Satanás, el autor del pecado, y hará desaparecer la muerte para siempre (Apoc. 20). La obra de Cristo no estará completa hasta entonces.
Hoy, mientras tanto, podemos no solo maravillarnos en su obra, sino también hacer nuestros los méritos de su muerte en la cruz y recibir los beneficios de su intercesión en el cielo. MB

By:Pablo Ale – Marcos Blanco

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