«El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies […], pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios». Juan 13: 10, NVI
JESÚS, EL REGALO DE DIOS
ESTAS PALABRAS van más allá de la mera limpieza física. Cristo tenía en mente la purificación superior y la ilustró con la inferior. El que salía del baño, estaba limpio, pero los pies calzados con sandalias se ensuciaban pronto con el polvo, y necesitaban que se los lavase. De esta misma forma Pedro y los demás discípulos habían sido lavados en la gran fuente que nos limpia del pecado y la impureza. Cristo los reconocía como suyos.
Pero la tentación los había inducido al mal, y necesitaban todavía su gracia purificadora. Cuando Jesús se ciñó con una toalla para lavar el polvo de sus pies, deseó por este mismo acto lavar el enajenamiento, los celos y el orgullo de sus corazones. Esto era mucho más importante que lavar sus polvorientos pies. Con el espíritu que entonces manifestaban, ninguno de ellos estaba preparado para estar en comunión con Cristo. A menos que manifestasen humildad y amor, no estarían preparados para participar en la cena pascual, o del servicio conmemorativo que Cristo estaba por instituir. Sus corazones debían ser limpiados. El orgullo y el egoísmo crean división y odio, pero Jesús se los quitó al lavarles los pies. Se realizó un cambio en sus sentimientos. Mirándolos, Jesús pudo decir: «Vosotros limpios estáis» (Juan 13: 10). Ahora sus corazones estaban unidos por el amor mutuo. Habían llegado a ser humildes y estaban dispuestos a recibir la enseñanza de Cristo. […]
Cuando los creyentes se congregan para celebrar la Cena del Señor, hay ángeles presentes, aun cuando no los podamos ver. Puede haber un Judas en el grupo, y en tal caso hay también allí mensajeros del príncipe de las tinieblas, porque ellos acompañan a todos los que se niegan a ser dirigidos por el Espíritu Santo. Estos visitantes invisibles están presentes en toda ocasión tal. Pueden entrar en el grupo personas que no son de todo corazón siervos de la verdad y la santidad, pero que desean tomar parte en el rito.
No debe prohibírselas. Hay testigos que estuvieron presentes cuando Jesús lavó los pies de los discípulos y de Judas. Hay ojos más que humanos que contemplan la escena. […] Nadie debe excluirse de la comunión porque esté presente alguna persona indigna. Cada discípulo está llamado a participar públicamente de ella y dar así testimonio de que acepta a Cristo como Salvador personal. Es en estas ocasiones designadas por él mismo cuando Cristo se encuentra con los suyos y los fortalece por su presencia.— El Deseado de todas las gentes, caps. 71, 72, pp. 617-628.
By:Elena G. de White
0 comentarios:
Publicar un comentario