Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.
Mateo 5:13
La sal posee numerosas propiedades. Las más conocidas son las relacionadas con la preservación de los alimentos y con su sabor. La sal es tan valiosa que en algún tiempo se comparaba su valor con el de los metales preciosos. De igual modo se la utilizaba para pagar a soldados y funcionarios, de ahí la palabra “salario”.
Quienes han estudiado los beneficios de esta sustancia aseguran que su ingesta moderada contribuye a la absorción de los nutrientes por parte del intestino, y que ayuda a mantener el equilibrio de los fluidos corporales. En la industria alimentaria se la aprecia por la gran capacidad que tiene para conservar muchos alimentos.
Esto era de una gran importancia en aquellas épocas en que no existían los refrigeradores ni las actuales cámaras frigoríficas. En la cocina, el uso de la sal común puede realzar el sabor de los alimentos para que así sean más placenteros al paladar. Incluso a las mujeres que deseamos tener una piel bella, se nos sugiere aplicarnos una mascarilla de sal fina, pues se afirma que suavizará la piel y la dejará libre de manchas.
Puede ser por todas estas cualidades, así como por otras, que Jesús nos comparó con la sal cuando dijo: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee” (Mat. 5:13).
Una de las importantes cualidades de la mujer cristiana es que puede ser fuente de alegría e inspiración para otras damas que la observan. Hay muchas personas que, aunque viven vidas sombrías y tristes, pueden ser ayudadas a encontrar el gozo que da el conocimiento del evangelio. Persuadamos mediante nuestro ejemplo a todas las que nos rodean, a encontrar el sabor que implica vivir a cada instante en la compañía de Cristo.
Es nuestro deber como mujeres de Dios “preservar” los valores y principios eternos, en nuestro hogar e incluso dentro de nuestro círculo de amistades. Igualmente, debemos sazonar y preservar. Esa es hoy la encomienda de Dios para cada una de nosotras. Somos el sabor que da vida abundante. Conservadoras de la verdad eterna de Dios. ¡Marchemos en el nombre del Señor!
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