Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina.
2 Pedro 1:4.
Cristo es una fuente abierta, una fuente inagotable de la cual todos pueden beber vez tras vez, y siempre encontrar agua fresca. Pero solo irán a él quienes respondan a la atracción de su amor. Nadie se alimentará del pan de vida que bajó del cielo, nadie beberá del agua de vida que fluye del Trono de Dios, excepto los que cedan a los ruegos del Espíritu.
Dado que Dios ha dado los tesoros del cielo en el don de su Hijo unigénito, ¿cómo escapará el pecador que descuida una salvación tan grande y menosprecia la gran provisión de Dios? La justicia de Dios se manifiesta en la condenación de todos los que se mantienen impenitentes e incrédulos hasta el final. No habrá excusa para el pecador que voluntariamente rechaza y descuida una salvación tan grande.
El don de la vida nos ha sido ofrecido libre, amable y gozosamente, a la humanidad caída. A través de Cristo podemos llegar a ser partícipes de la naturaleza divina y obtener el don de la vida eterna; porque esto ha sido provisto abundantemente para todos los que vengan y lo reciban por los medios que Dios ha señalado. Cuando Pablo contempló las maravillas de la redención y la necedad de los que no comprendieron su naturaleza, exclamó: “¡Oh gálatas insensatos!
¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?” (Gál. 3:1).
Quienes perseveran en el conocimiento del Señor saben que sus salidas son como la llegada de la mañana; y todos los que reciben las prendas preciosas de la verdad se apresurarán a impartir el conocimiento de sus riquezas en Cristo a los que los rodean. Cuando las personas responden a la atracción de Cristo y ven a Jesús como el Rey que sufrió en la cruz del Calvario, se unen con Cristo; se convierten en los elegidos de Dios, no por sus obras sino por la gracia de Cristo. Porque todas sus buenas obras son obradas por el poder del Espíritu de Dios. Todo es de Dios, y no de ellos…
El fruto que hemos de llevar son los frutos del Espíritu… Su fruto ha de permanecer; ha de ser de un carácter que no perezca, sino que se reproduzca según su género en una cosecha de precioso valor —Signs of the Times, 2 de mayo de 1892.
MATUTINA PARA ADULTOS “DESDE EL CORAZÓN”
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