A la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió.
Éxodo 2:9
Por lo general, en una reunión de damas, aquellas que han logrado cierta preparación intelectual hablan de sus logros y de la profesión que desempeñan. Por otro lado, las que se dedican a las tareas del hogar tienden a guardar silencio.
Si alguien les pregunta respecto a su profesión, bajando la cabeza contestan en un tono casi imperceptible: «Ama de casa». Parecería que el hecho de dedicarse a las tareas domésticas tuviera una influencia negativa sobre su autoestima.
Dios nos creó para desempeñar dos funciones especiales: la de esposa y la de madre. Esas son las tareas que se le concedieron a la mujer, aunque en el momento actual se hable mucho de su papel en la sociedad y de su capacidad para ocupar posiciones a la par con los hombres. Dios ha colocado a la mujer como la pieza principal en la estructura de la familia. Ella, como nadie, puede desempeñar ese papel, y no es necesario que de la pared cuelguen títulos académicos.
«La madre es la reina del hogar y los niños son sus súbditos. Ella debe gobernar sabiamente su casa, en la dignidad de su maternidad. Su influencia en el hogar debe ser suprema [...]. Nunca la terquedad se debe dejar sin reprensión [...]. Es imposible describir el mal que resulta de dejar a un niño librado a su propia voluntad» (La fe por la cual vivo, p. 268).
Recordemos la forma en que la describe el sabio Salomón: «Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas. El corazón de su marido confía en ella y no carecerá de ganancias» (Prov. 31:10-11).
Éxodo 2:9 resume las funciones que se le han encomendado a la mujer: «Llévate a este niño y críamelo; yo te lo pagaré». Este es un mandato que Dios da a cada madre; el pago no es con monedas, sino con la gran satisfacción de verlos salvos en el reino de los cielos.
[Matutina para la mujer “Una cita especial”]
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