Para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Romanos 15:6.
Todo hombre o mujer que sea un seguidor verdadero de Jesucristo mostrará amor supremo a Dios… Somos sus criaturas, la obra de sus manos, y él merece justamente reverencia, honor y amor…
En su amor, con el deseo de elevarnos y ennoblecernos, Dios nos proveyó de una norma de obediencia. Con terrible majestad, entre truenos y relámpagos, proclamó sus diez preceptos santos desde el Monte Sinaí…
Dios vio la condición desesperada del pecador. Contempló con lástima el mundo, que inexorablemente se tornaba más degenerado y pecaminoso. No podía cambiar su Ley para ajustarse a nuestras deficiencias; porque él dice:
“No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios” (Sal. 89:34).
Pero en su gran amor por la raza humana, en su deseo de que no seamos sujetos a enfrentar el castigo de nuestra transgresión, sino que seamos elevados y ennoblecidos, él “ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Cristo depuso su manto real y vino a esta tierra, trayendo con él un poder suficiente para vencer el pecado. Vino a vivir la Ley de Dios en la humanidad para que, al participar de su naturaleza divina, también nosotros podamos vivir esa ley…
Ante el universo del cielo, ante los ángeles caídos y ante aquellos a quienes vino a salvar, Cristo vivió la Ley de Dios. Por su suprema obediencia a sus requisitos, la exaltó y la cumplió. Por su pureza, bondad, beneficencia, devoción y celo por la gloria de Dios, por su amor insuperable por los demás, dio a conocer la perfección de la Ley. Por su vida irreprochable, ilustró su excelencia…
La obediencia debe venir del corazón. Con Cristo era una obra del corazón…
Si nos acercamos a Dios, la Fuente de fortaleza que no falla, obtendremos el cumplimiento de la promesa “pedid y se os dará” (Mat. 7:7)…
Al igual que Cristo vivió la Ley en su humanidad, podemos hacerlo nosotros si nos aferramos del Fuerte para obtener fortaleza. Según advertimos que no podemos hacer nada por nosotros mismos, recibiremos sabiduría de lo alto para honrar y glorificar a Dios. Al contemplar “la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Cor. 3:18) -Signs of the Times, 4 de marzo de 1897.
MATUTINA PARA ADULTOS “DESDE EL CORAZÓN”
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