junio 19, 2011

QUIEN HA TOCADO MIS MANTOS?

02.08 Marcos 5:24 al 34 y Lucas 8:43 al 48 cuentan la historia de la mujer que “desde hacía doce años padecía de flujo de sangre”. Además de ser una condición de salud peligrosa por sí misma, esta enfermedad, en esa cultura, resultaba en un estigma de impureza ritual, lo que sin duda añadía a su miseria. Entretanto, los médicos no pudieron hacer nada; estaba tan desesperada que gastó todo su dinero en ellos, y solo se enfermaba más, lo que no es sorprendente considerando el tipo de tratamiento médico que se hacía en ese entonces. Apenas podemos imaginarnos cuánto sufrimiento y vergüenza soportó ella por su enfermedad.

Y luego vino Jesús, aquel que hacía todos esos milagros increíbles.

Lee Marcos 5:24 al 34 y Lucas 8:43 al 48. ¿Qué importancia puede encontrarse en el hecho de que la mujer creía que todo lo que tenía que hacer era tocar las vestiduras de Jesús para sanarse?

Esta mujer tenía mucha fe en Jesús, la suficiente para creer que, si pudiera solamente tocar sus vestidos, ella sería sanada. Por supuesto, no era la ropa misma lo que la curó, ni siquiera el tocarla. Era solamente el poder de Dios que obraba en alguien que, por desesperación, vino al Señor con fe, conociendo su propia impotencia y necesidad. El que tocara las ropas de Jesús era fe revelada en obras, que es de lo que se trata el cristianismo.

¿Por qué Jesús preguntó quién había tocado sus vestidos?

Vestidos de donde emana poder. En medio de la multitud el incidente parece trivial. Los evangelistas relatan que la multitud que lo acompañaba lo comprimía. Sin embargo, una mujer enferma, y a tantos toques que le hacían en las vestiduras de Jesús, se adicionó uno más. ¿Qué diferencia haría eso? Para la multitud ninguna. Más para la mujer y para Jesús la diferencia fue tan grande que todos pararon. Jesús miró a su alrededor, y preguntó: “¿Quién ha tocado mis vestidos?”. La pregunta fue hecha, no porque Jesús quería saber quién lo había tocado, porque Él sabía, sino porque la multitud precisaba saber cual es la diferencia entre el toque de fe y el toque casual” .

Probablemente cuando Jesús paró de súbito, muchos otros lo tocaron. Este hecho fue tan evidente que Pedro en su manera precipitada de hablar, pregunta de manera irónica: “Ves la multitud aglomerada en tu rededor y aún preguntas: “ ¿Quién ha tocado mis vestidos?”. En circunstancias normales entre seres humanos, la pregunta hasta haría sentido. Más allí estaba alguien que con poder reprendía endemoniados, el viento y el mar en violenta agitación y Él percibió que fue tocado con un deseo irreprimible de sentir la acción de ese poder en su vida.

Al hacer esta pregunta y lograr que el acto de esta mujer fuera público, Jesús la usó para ayudar a testificar a los que lo rodeaban. Ciertamente quería que otros supieran lo que había sucedido, y probablemente quería que ella también supiera que ningún poder mágico de su ropa la había sanado sino el poder de Dios, que obró en ella por medio del acto de fe de su parte. Por embarazosa que hubiera sido su condición, ella ahora estaba sana y podía dar testimonio de lo que Cristo había obrado en ella.

¿Cómo podemos aprender a ir al Señor, como lo hizo la mujer, con fe y sumisión, conociendo nuestra impotencia? Más aún, ¿cómo podemos mantener fe y confianza en él cuando la curación que pedimos no se produce como queremos?

La muchedumbre maravillada que se agolpaba en derredor de Cristo no sentía la manifestación del poder vital. Pero cuando la mujer enferma extendió la mano para tocarle, creyendo que sería sanada, sintió la virtud sanadora. Así es también en las cosas espirituales. El hablar de religión de una manera casual, el orar sin hambre del alma ni fe viviente, no vale nada. Una fe nominal en Cristo, que le acepta simplemente como Salvador del mundo, no puede traer sanidad al alma.. – __{El Deseado de Todas las Naciones, pág. 307.
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