Skip to content
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. ( Salmo 51:1, 2.)
¿Alguna vez has cometido adulterio y traicionado a una persona que consideras muy noble, de tu entera confianza y muy allegada a ti?
Para colmo, la mujer con la que realizaste esa traición quedó embarazada de ti y, aunque procuraste arreglar las cosas mediante todas las trampas posibles, te fue imposible lograr que el marido de ella, tu amigo, pasara como padre del que sabías que iba a ser tu hijo.
Entonces, en una medida desesperada, ya que no podías soportar el posible bochorno y la condenación social, ¿no tuviste mejor idea que quitar del camino a tu amigo, mandándolo asesinar?
Por supuesto, no estoy hablando de t i en esta reflexión, sino del rey David.
No creo que la mayoría de los lectores de estas meditaciones haya cometido maldades tan graves. Sin embargo, todos nosotros, en mayor o menor grado, sabemos de nuestras caídas morales; de los actos malos que hemos cometido, y que han dañado y herido a otros, o que nos han degradado, pervertido y empequeñecido a nosotros mismos, y que nos hacen sentir miserables. O, sin llegar a los actos, sabemos cuántos pensamientos egoístas, avaros, orgullosos, llenos de amor propio, envidia, celos, de ambición egoísta o impuros rondan por nuestra cabeza.
¿No sentimos que, más allá del perdón humano, si es que lo hemos recibido, necesitamos el perdón, la comprensión y la restauración de Alguien superior? Sí, de alguien que, aunque sea infinitamente bueno, puro y noble, sea capaz de decirnos:
“Yo sé que estás arrepentido. Sé cuánto te duele lo que hiciste y cuánto lamentas tu extravío, y que quieres ser distinto, limpio y bueno. Estás perdonado. Yo te acepto como eres, te comprendo en tus luchas morales y te voy a ayudar a transitar el camino, muchas veces doloroso, de la purificación moral”.
Si sientes la misma necesidad de David, debes saber que hay Alguien superior que te comprende y te puede dar el perdón que no mereces, pero que necesitas. Por esto también, necesitas a Dios.
DEVOCIÓN MATUTINA JÓVENES 2015 EL TESORO ESCONDIDO
Un encuentro con Dios en tu juventud Por: Pablo M. Claverie
0 comentarios:
Publicar un comentario