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“Que por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad!’’ (Lamentaciones 3:22, 23).
Lo habitual y cotidiano, la costumbre o la rutina, lo que consideramos normal, las cosas que se renuevan indefectiblemente cada mañana, como dice el versículo de hoy, contienen, por lo general, bienes, bellezas, providencias y bendiciones que nos resultan inadvertidas:
la libertad que gozamos, la variedad de opciones que se nos ofrecen, el pan nuestro de cada día, la salud, el trabajo, el cariño espontáneo y seguro de la familia, la compañía y cooperación de próximos y extraños que llenan nuestra soledad. ¡Cuántas bendiciones! También podemos mencionar el lienzo que un día nos encantó y que tenemos colgado en nuestro salón, la música que nos infiere ritmo,
gozo o bienestar en nuestras labores y en nuestros reposos, el sol que nos calienta e ilumina, el aire que respiramos, el agua que apaga nuestra sed, la naturaleza vestida de ocre castaño en el otoño, el mar y el cielo, las gemas resplandecientes que tachonan el firmamento. Hay miles de cosas más que nos parecen obvias porque hemos olvidado aquel asombro y admiración de cuando las vimos o sentimos por primera vez.
Vivo desde hace varios años en Madrid y, por razones de trabajo, he visitado muchas veces Barcelona; ambas ciudades tienen bellezas urbanas admirables, pero ¿cuándo me armé de una cámara y salí de mi casa, como un turista más, para contemplar las maravillas desconocidas de mi propia ciudad? Recuerdo el día en que volví a mi lugar de origen, donde pasé los primeros dieciocho años de mi vida, y me dediqué simplemente a descubrir rincones, monumentos, ambientes espectaculares que me pasaron inadvertidos mientras conviví con ellos.
Lo mismo podemos decir de las misericordias, de las providencias y de la fidelidad inconmovible de Dios por nosotros. Sus bendiciones se renuevan cada mañana y han pasado a ser, en nuestras vidas, algo consuetudinario. Ya no tienen, en nuestro espíritu, carácter de excepcionalidad. Pero la verdad es que nos estamos perdiendo muchos gozos de la fe y de la vida porque la rutina nos está impidiendo experimentar lo grande, lo hermoso, la singularidad del amor divino.
¡Ah! Si fuésemos capaces de paramos a mirar, a descubrir, como Adán hizo en Edén, las cosas que acaban de surgir recién nacidas de la mano pródiga en bondades de nuestro Dios. Si pudiéramos recuperar la admiración y la gratitud exultantes de aquella primera vez y vivir como recién nacidos, en el asombro permanente de las misericordias de Dios.
¿Te gustaría renovar la esperanza en Dios en tu vida? Haz que suceda.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015 Pero hay un DIOS en los cielos…
Por: Carlos Puyol Buil
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