Solo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi salvación. Solo él es mi roca y mi salvación; él es mi protector. ¡Jamás habré de caer!
Salmo 62:1-2
Era de baja estatura y parecía estar muy asustada. Sus m anos siempre se veían húmedas por causa del sudor, y su rostro tenía una expresión de desolación, a pesar de que apenas contaba con diecisiete años cumplidos. La había criado su abuela, no conocía a su padre y tampoco sentía que su madre la apreciara. Había nacido como fruto de una relación sexual casual, lo cual hizo que su madre la considerara un estorbo en su vida.
Era una chica agraciada físicamente, muy linda, pero lo más asombroso era que, a pesar de que tenía una voz preciosa, no se atrevía a hablar, mucho menos a cantar. No se daba cuenta de que era realmente un diamante en bruto. ¿Cómo, entonces, se puliría? Su propia percepción de sí misma era su mayor limitación.
La conocí durante un congreso para señoritas que organizó la Iglesia Adventista y que llevaba por lema “Como diamantes en las manos de Dios”. Me fue confesando poco a poco algunos detalles de su vida, y me expresó, con lágrimas en los ojos, que se sentía abandonada por Dios. Ella creía que, por causa de su origen humilde, el Señor le había negado oportunidades para su desarrollo personal.
¡Nada más lejos de la realidad! Dios nos ofrece un mundo de posibilidades a todos los seres humanos. Cada persona, por la gracia del Señor, es poseedora de un territorio en el cual puede “hacer” y “ser”. Aunque el entorno se vea sombrío, sin opciones de progreso, sin vislumbre de triunfo, tu territorio, que es herencia del Señor, espera que tú lo modifiques, que construyas, que logres que las cosas buenas sean una realidad y las malas puedan cambiar. De eso fueron capaces la huérfana Ester, el esclavo José, la despreciada samaritana, y la pecadora María de Magdala.
Ahora es tu turno. Ponte en las manos de Dios para que te ayude a tener un concepto apropiado de ti misma y te dé fuerza para superar las limitaciones. Entonces, exclama con toda la fuerza de tu fe y de tu convicción: “Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad! Por tanto, digo: ‘El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!’ ” (Lam. 3:23-24).
Espera en el Señor, y tus esperanzas no se verán defraudadas.
[MATUTINA PARA LA MUJER “ALIENTO PARA CADA DÍA”]
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