Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo.
Efesios 4:25
El anonimato suele ser la trinchera tras la cual se oculta mucha gente cuando difama y desprestigia reputaciones ajenas. Creo que no me equivoco al asegurar que el anonimato es la «covacha» de un cobarde. Solamente los cobardes se esconden tras un rumor anónimo, un escrito sin nombre, un chisme que degrada la honorabilidad de otra persona.
Si no son capaces de responsabilizarse de un comentario, quiere decir que no están seguros de la información que maliciosamente están transmitiendo; su única intención es nutrir su baja autoestima para no sentirse tan mediocres como son. Cuando hagamos comentarios sobre alguien debe movernos el deseo de buscar su bienestar, y por supuesto también el nuestro. Quien es capaz de hablar mal de otro también se expresa mal de sí mismo.
El apóstol Santiago, al escribir a sus hermanos, les advirtió y amonestó contra los pecados de la lengua, que son el chisme, la mentira, la difamación, las palabras deshonestas, etcétera. «La lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad» (Sant. 3:5-6). Por eso, pide a Dios que te ayude a ejercer control sobre tu lengua en todo momento.
Debemos prestar atención a este aspecto tan importante de nuestra personalidad. Dios nos ofrece su ayuda por medio de su Espíritu Santo, y también su oportuno y sabio consejo al ponernos en contacto con su Palabra. Dios desea que seas una maestra del bien. Edifica y bendice a los demás con tus palabras, y cuando te sientas tentada a hacer un comentario parapetada en el anonimato, considera cuánto bien o mal harás. Si no estás dispuesta a avalar con tu nombre lo que dices, es porque tu finalidad es destruir, no edificar.
Somete tu vida al escrutinio de Dios y sigue el consejo del apóstol Pablo: «Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención» (Efe. 4:29-30).
Ruega al Señor para que las palabras que digas hoy sean «como naranjas de oro con incrustaciones de plata» (Prov. 25:11).
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