Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi claro? .. Salmo 22:1
Un gran predicador del siglo XIX, Phillips Brooks, escribió cierta vez este notable párrafo relativo a nuestro Señor Jesucristo:
“He aquí un Hombre nacido en una oscura aldea, hijo de una campesina. Creció en otra aldea. Trabajó en el taller de un carpintero hasta los treinta años, y por tres años fue un predicador itinerante. Jamás escribió un libro. Jamás ocupó un cargo público. Jamás fue dueño de una casa. Jamás tuvo familia. Jamás estuvo en una universidad. Jamás puso los pies en una gran ciudad. Jamás traspuso los trescientos kilómetros del lugar donde nació. Jamás hizo nada de lo que comúnmente se asocia con la grandeza. No tenía credenciales fuera de sí mismo.
“Cuando aún era joven, la marea de la opinión pública se volvió contra él. Sus amigos lo abandonaron. Uno de ellos lo negó. Se lo entregó a sus enemigos. Tuvo que soportar una parodia de juicio. Se lo clavó a una cruz entre dos ladrones. Sus esbirros se repartieron, echando suertes, la única propiedad que le quedaba en el momento de morir: su túnica. Cuando falleció, lo llevaron a una tumba que le prestó un amigo.
“Han pasado diecinueve siglos, y hoy es el centro de la raza humana, y encabeza la fila de los que avanzan hacia el progreso.
“Me quedo corto al afirmar que todos los ejércitos que han desfilado a lo largo de la Historia, y todas las fuerzas navales que se han organizado, y todos los parlamentos que han sesionado, y todos los reyes que han reinado, todos juntos, no han afectado tanto una sola vida humana, como lo ha hecho esta única Vida Solitaria”.
Phillips Brooks sintetiza así, admirablemente, tanto la vida como la enorme influencia de nuestro Señor Jesucristo. Su gloria es irrefutable. Su carácter sin tacha despierta la admiración de todos los que se detienen a estudiar su vida y su obra. Un Hombre totalmente carente de egoísmo, dotado de una generosidad admirable e ilimitada. Alguien en quien jamás se manifestaron ni el orgullo ni la soberbia. Alguien que lo dio todo sin pedir nada en cambio.
Alguien que existió sólo para dar vida. Alguien en cuyos labios jamás hubo engaño. Alguien que amó hasta el mismo fin y que nos enseñó a amar hasta a nuestros enemigos. ¡Qué admirable es su carácter!
2 comentarios:
Me gusto mucho..
Que buena reflexión por Frank González .. Gracias
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