Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.
Jeremías 31:3.
Corría el año 1974 y yo acababa de terminar la preparatoria. Ni mis padres ni yo sabíamos si habría un futuro para mí, o por lo menos lo veíamos incierto. Mis padres eran personas maravillosas que día a día se esforzaban por sacarnos adelante.
Mi madre fue una mujer sin igual. Soy la penúltima de nueve hermanos y debido a que nací con un mal congénito los médicos les dijeron a mis padres que a lo sumo llegaría a los cuatro años de vida. Sin embargo, para la fecha de mi graduación había vivido mucho más. Pero no comprendía por qué a mis diecisiete años tendría que morir, pues mi salud iba en franco deterioro. ¿Acaso no le bastaban a Dios tantos años de enfermedad y cirugías?
Un día, cuando prácticamente habíamos perdido toda esperanza, llegó a nuestra casa un joven, de quien más tarde supimos que era colportor. Él nos aseguró que había un lugar donde podrían hacer algo por mí: el Hospital la Carlota. Fue así como mi vida cambió. Mediante un gran esfuerzo económico estudié en la Universidad de Monte Morelos y comencé a recibir atención médica en el hospital universitario.
A comienzos de mayo de 1975 mi salud se agravo y entré en estado de coma. Estuve en esa condición durante más de dos semanas. En la universidad se pidió que durante una semana se ayunara y orara por mi salud, pero el día 22 del mismo mes, los médicos avisaron a mi familia de que yo había fallecido y necesitaban saber si enviaban mi cuerpo al estado de Tabasco.
Mi padre decidió ese mismo día trasladarse a Monte Morelos para recoger mi cadáver. Todo parecía haber terminado. Pero el Señor tenía otros planes para mí y los míos. Por eso, mi querida hermana, no debemos desfallecer aunque parezca que nuestro problema no tiene solución.
El Dios a quien servimos es el Dios de lo imposible
[Matutina para la Mujer “Una cita especial”]
0 comentarios:
Publicar un comentario