«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados». Mateo 11: 28
ENTREGA Y ACEPTACIÓN
ALGUNOS PARECE que creen que deben estar a prueba, y que tienen que demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Sin embargo, ahora mismo pueden pedirla a Dios. Es necesario que reciban su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus debilidades; de otra manera no podrían resistir al mal. El Señor Jesús se complace en que vayamos a él tal como somos: pecadores, desvalidos, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad, y caer arrepentidos a sus pies. Él se complace en rodearnos con sus brazos de amor, en vendar nuestras heridas y en limpiarnos de toda contaminación.
Muchos se equivocan en esto: no creen que el Señor Jesús los perdone personal e individualmente. No creen al pie de la letra lo que Dios dice. Es privilegio de todos los que llenan las condiciones saber por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito. Aleja la sospecha de que las promesas de Dios no son para ti. Son para todo pecador arrepentido. Cristo ha provisto fuerza y gracia para que los ángeles ministradores las transmitan a toda alma sincera. Nadie es tan pecador que no pueda hallar fuerza, pureza y justicia en Jesús, quien murió por todos. Él está aguardando para quitarnos nuestras vestiduras manchadas y contaminadas de pecado y revestirnos de los blancos mantos de la justicia. Cristo nos ofrece vida y no muerte.
Dios no nos trata como la gente se trata. Los pensamientos de él son pensamientos de misericordia, de amor y de la más tierna compasión. Él dice: «Que abandone el malvado su camino, y el perverso sus pensamientos. Que se vuelva al Señor, a nuestro Dios, que es generoso para perdonar, y de él recibirá misericordia». «He disipado tus transgresiones como el rocío, y tus pecados como la bruma de la mañana» (Isa. 55: 7; 44: 22, NVI).
«Yo no quiero la muerte de nadie. ¡Conviértanse, y vivirán!» (Eze. 18: 32, NVI). Satanás está listo para arrebatarnos la bendita seguridad que Dios nos da. Desea privar al alma de toda vislumbre de esperanza y de todo rayo de luz; pero no debemos permitírselo. No prestemos oído al tentador, antes digámosle: «Jesús murió para que yo viva. Me ama y no quiere que perezca. Tengo un Padre celestial muy compasivo».— El camino a Cristo, cap. 6, pp. 79-81.
By:Elena G. de White
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