La misión de los elegidos
“Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces. Cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen lo bueno en cestas y echan fuera lo malo”. Mateo 13:47, 48
PESCAR EN LA PROFUNDIDAD puede resultar peligroso. Allí se agitan tempestades impresionantes que pueden amenazar tu barquita; aguas embravecidas que un acuario estéril, tranquilo y oxigenado jamás experimenta. ¡Pero tal es el precio de la pesca de verdad! Y, además, ¿cómo era aquel canto que entonábamos a pleno pulmón hace tanto tiempo? “Pescadores de hombres yo os haré… al seguirme a mí”.
Precisamente porque queremos ocuparnos en los asuntos de nuestro Padre Pescador y seguirlo, Jesús nos contó la historia de peces que vemos en nuestro texto de hoy. No es muy larga esta parábola sobre pescadores que echan al mar su red de arrastre y que recogen todo tipo de pez imaginable en su captura. Pero es lo bastante larga para recordarnos que una barcada de peces de aguas profundas puede ser sucia, viscosa y maloliente. Porque los peces que capturas en la profundidad puede que no sean en absoluto como los peces que encontramos en el acuario de la iglesia.
Ya sabes, peces limpios (con aletas y escamas, estilo Levítico 11): pececillos de orilla como tú y yo. Seamos sinceros. Si te tomas en serio la orden de Jesús y arrojas la red en aguas profundas, podrías acabar con peces que son inmundos. Porque cuando andas por ahí “buscando a Nemo”, puede que metas en la red más de un pez payaso. Peces inmundos y desaliñados con alcohol en el aliento o al menos en el asiento trasero de su automóvil, borrachos hasta más no poder.
Atraparás peces con disfúnciones sexuales, desviaciones y hasta con enfermedades contagiosas. Algunos serán como la captura que hizo Jesús junto a un pozo en Samaría y llevarán ya cuatro o cinco matrimonios a su espalda. Otros peces del fondo estarán cubiertos de señuelos rutilantes o de tatuajes atrayentes.
“Bueno, no te preocupes: Tan pronto los metamos en nuestro acuario, los despellejaremos, los escamaremos y los asearemos igualitos a nosotros. Y, si no nos gustan, ¡les daremos pasaporte!” Jesús se temía eso, y por eso la frase clave de su parábola declara que la limpieza, la clasificación y la adjudicación de casos las realizarán los ángeles “a la consumación del siglo” (vers. 49, NC). Los ángeles harán la clasificación; nuestra misión es realizar la pesca.
¿Por qué? Porque los peces son asunto de nuestro Padre: limpios e inmundos. Nosotros hacemos la pesca de altamar; él hace la limpieza. Si llegamos a entender eso, tengo la sensación de que pasaremos menos tiempo criticando a los peces del acuario y más tiempo en altamar pescando a los perdidos.
ELEGIDOS
El sueño de Dios para ti
Por: Dwight K. Nelson
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