diciembre 18, 2014

Amanecer | Matutina para Mujeres

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“En paz me acuesto y me duermo, porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado”.
Salmo 4:8, NVI.
El sol me despierta en las mañanas. Siempre, salvo que cierre herméticamente las persianas para que la luz no se cuele, el sol me despierta cada mañana, penetrando mi habitación por la ventana que está detrás de mi lecho. Literalmente, el sol me despierta en las mañanas; no es una metáfora, es un hecho.
“Ah, madrugás…” me dicen algunos de mis amigos, cuando en tiempo de verano comento que me levanto a las 6:30. “No –digo yo–, el sol madruga”. En tiempo de invierno amanezco no antes de las 8:30. Nunca fui de madrugar. La luz es la vida y con ella comienza el día. Mi día. Cuando el sol se pone, de a poquito, se pone mi alma.
No, no es como dicen que me voy a dormir “con las gallinas”. Me cobijo en mi hogar, aquieto mis ansiedades, pongo a descansar mis ilusiones. Dormir, lo que es dormir, mucho más tarde.
Reviso el plan del día siguiente, repaso el día trascurrido, completo la agenda semanal, escucho (y a veces miro) televisión, leo, oro, medito. Y cuando al fin el cansancio vence a mi nocturnidad, duermo confiada, esperando el despertar del sol en la mañana. Sí, ese que me despertaba en la niñez cuando la persiana cortaba la oscuridad, como si fuera un pan, en rebanadas.
Y entonces yo comenzaba a contar las líneas de sol sobre la pared, y luego observaba las flores de la cortina de cretona y, en vez de flores, mi imaginación veía rostros… Y luego aparecía mi madre y nos obligaba a dejar las sábanas, para disfrutar las horas del nuevo día.
Y empezaba el apuro de los delantales blancos, el peinar los cabellos enredados, una última mirada al portafolio de útiles y el correr de los hermanos hacia la plaza, donde la escuela primaria abría sus puertas a nuestra bulliciosa infancia.
Aún recuerdo esos momentos y rememoro mis emociones de niña. Hoy, en mi vida de adulta, habiendo abrevado en la Palabra inspirada, agradezco a Dios por su amoroso cuidado. Cada amanecer es un nuevo regalo de la vida y, a pesar de las noticias agrias y las circunstancias no siempre dulces, al terminar el día exclamo junto al salmista: “En paz me acostaré, y así mismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiada”.
María Elena Pastorini, Argentina
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014 DE MUJER A MUJER
Recopilado por: Pilar Calle de Henger
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