enero 12, 2014

¡Ten cuidado con lo que prometes a Dios! | Matutina (A)

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Entonces entendió Eli que Jehová llamaba al joven. Y dijo Eli a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye.
1 Samuel 3:8, 9.
Pero, a veces no queremos oír. Ese era el caso de Guillermo Miller. Aunque los oídos de su conciencia resonaban con la orden de advertir al mundo respecto del peligro venidero, él no tenía ningún deseo de hacerlo.
“Hice todo lo posible para evitar la convicción de que se requería algo de mí; y pensé que al hablar libremente de esto con todos cumpliría con mi deber, y que Dios levantaría al instrumento necesario para el cumplimiento de la obra. Oré para que algún pastor pudiera ver la verdad y se dedicara a su promulgación”.
Ahora, hay una solución práctica: conseguirá un pastor que haga nuestra obra. He llegado a la conclusión de que, si la iglesia depende de los pastores para “terminar la obra”, esta tarea llevará un poco más que la eternidad. La mala noticia de la buena noticia es que Dios nos llama a cada uno a hacer nuestra parte.
Pero, eso es justo lo que el muy humano Guillermo Miller no quería hacer. Con la esperanza de dar testimonio por poderes, finalmente arribó a la excusa de Moisés. “Le dije al Señor que no estaba acostumbrado a hablar en público, que no tenía las calificaciones necesarias para captar la atención de una audiencia”, etc. Pero, no podía encontrar alivio.
Durante nueve años, Miller luchó con la convicción de que tenía una tarea que hacer para Dios. Entonces, un sábado, alrededor del año 1832, se sentó en su escritorio, dispuesto a examinar un detalle de la enseñanza bíblica. De repente, se sintió abrumado con la creencia de que necesitaba volverse activo para el Señor.
En agonía, clamó que él no podía ir.
“¿Por qué no?”, fue la respuesta.
Y entonces recitó todas sus trilladas excusas.
Finalmente, su angustia llegó a ser tan grande que prometió a Dios que cumpliría con su deber si recibía una invitación a hablar en público sobre el tema de la venida del Señor. Con eso, experimentó un suspiro de alivio; después de todo, tenía cincuenta años, y nunca nadie le había pedido que presentara el tema anteriormente.
Finalmente, se sintió liberado. Pero, a la media hora recibió esa invitación. Y, junto con ella, llegó un destello de ira por haberle prometido algo a Dios. Sin responder, salió furioso de su casa. Después de luchar con Dios y consigo mismo durante casi una hora, por último aceptó predicar al día siguiente. Ese sermón fue el comienzo de uno de los ministerios más fructíferos del siglo XIX.
La moraleja: Ten cuidado con lo que prometes a Dios. Él puede tener en mente para tu vida más de lo que alguna vez soñaste.
MATUTINA PARA ADULTOS 2014  “A MENOS QUE OLVIDEMOS” by: George R. Knight, Imagen by: bing
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